Es realmente abrumador, y aburrido, el volumen de ficciones -literarias y cinematográficas- que tienen como eje las relaciones entre padres e hijos. Y no solo me refiero a los universos imaginarios, sino también al ensayo psicoanalítico, a las interpretaciones simbólicas, a las interacciones criminales: parricidios, filicidios, luchas y traiciones en cuyo origen están las herencias…
El hijo es siempre el patrimonio del padre, su espejo oscuro, el súbdito del apellido, el clan o el escudo. La oportunidad neurótica de corregir los errores propios en el niño, literalmente su segunda oportunidad, convierten esa relación neurótica en una fuente interminable de conflictos y tristezas, de dramas y vidas revocables o desperdiciadas frente a un modelo de imposible cumplimiento.
Por eso es tan refrescante encontrar una selección de relatos, realizada por Laura Freixas (Madres e hijas) que se ocupan del universo escondido, invisibilizado, de las madres y las hijas. Ese mundo en el que no hay herencias ni apellidos, ni espejos correctores, aunque sí, ¡quién puede evitarlo!, sufrimientos o desamor, abandonos y cuidados. Sobre todo cuidados: es la hija (o la sobrina, la prima, la nieta) la que acoge y mima, la depositaria de los recuerdos, la guardiana de la memoria.
Y la que lucha y defiende. Recuerdo, de mi trabajo como profesor y tutor, relatos familiares en los que una madre admirable, exprimiendo un tiempo escaso, trabajaba y protegía, y venía a hablar conmigo de su hija estudiante, con una sonrisa radiante que borraba las ojeras de su cansancio. La madre mágica, también, la que intuye los traspiés de la hija, sus soledades y alegrías.
Hay un hilo matrilineal, invisible casi siempre para el resto de la familia, que zurce la existencia de las mujeres y solo podemos adivinar si somos capaces de oír su lenguaje ancestral, los hombres, tan sordos. Un poco como aquella lengua críptica, solo transmitida de madres a hijas, que en China sirvió de soporte a las mujeres en su resistencia ante los abusos de los hombres, durante siglos. Ojalá que libros como el de la Freixas sean un síntoma de un desvelamiento que empieza, tan necesario, de los secretos de ese jardín cerrado…