Eterno retorno

Aunque los renacentistas lo consideraban una enfermedad, una especie de infección que se contagiaba a través de la mirada, no hay tal cosa exterior a nosotros como lo que llamamos amor. Sin embargo, hay enamorados, miríadas de enamorados, que a cada instante atestiguan esa realidad intangible. Es de esas verdades solo accesibles por los testimonios: no son cosas, no son conceptos, un poco a la manera de los profetas de las grandes religiones, pero de forma más universal y constante, menos interesada.

Cada vez que algún humano, a lo largo de la historia de nuestra especie, ha dicho “te quiero” a alguien, tembloroso y con los ojos húmedos, en cualquiera de las infinitas lenguas de la Tierra, ha dado existencia al amor, ha transformado la palabra en cosa.Una cosa que muere y renace continuamente, en el más misterioso eterno retorno que nos es dado conocer.

El libro sin abrir

Un viejo amigo al que no veía hacía tiempo, me ha traído un libro de Cristina Morales que tiene el sugestivo titulo de “Ni amo ni dios, ni marido, ni partido de futbol”.

Por supuesto le he prohibido que me adelante nada: soy reacio a los spoilers. Me gusta quitar la primera capa de la cebolla con la sola pista del titulo. Me gusta imaginar lo que podré encontrarme, tramas,aventuras, enigmas, vicisitudes de los personajes… A veces creo por mi cuenta verdaderos libros paralelos aun antes de leer el libro real.

Si el libro sin abrir es mejor que el imaginado por mí, siento una gran alegría y si no, qué le voy a hacer, una enorme decepción. En el fondo es lo mismo que hacernos al conocer a alguien, cuando nos lo presentan: nuestro conocimiento de los demás es en realidad, profundamente especulativo, una mezcla de hipótesis, imaginación y ensoñaciones.

Se trata de un proceso que, por lo demás, nunca acaba, como el de la lectura. Como en ella, ese conocimiento nos enriquece cada vez más o nos empobrece, por el contrario. Las amistades perdidas, los amores rotos, las sociedades corrompidas no son sino el resultado final frustrado de esa ansiosa tentativa interminable, mezclada con el temor de llegar al final, el de papel o el de la vida…

No aprendía, pero aprendía

Leemos en Ana Karénina, a propósito del empeño de Karenin por “educar” a su hijo Seriozha, ya consumada la separación de Ana…

Tenía 9 años, era todavía un niño, pero conocía su alma, la apreciaba y la protegía, como el párpado el ojo, y no permitía que nadie penetrara en ella sin la llave del afecto. Sus educadores se quejaban de que no quería aprender, pero lo cierto es que su alma estaba sedienta de conocimientos. Aprendía con Kapitónich, con la niñera, con Nádenka, con Vasili Lúkich, pero no con sus maestros. . El agua con que contaban su padre y el preceptor para mover la rueda se había filtrado hacía mucho tiempo, pero seguía cumpliendo su labor en otro lugar.

Es algo que le ocurre a todos los niños, pero no sé por qué casi nadie cae en la cuenta… Si lo hiciéramos, nos ahorraríamos muchos disgustos y tanta palabrería.

Un naufragio de hoy en día

Sigo rescatando viejos escritos, por mor de darles una segunda vida. Este es de mayo del 2012…

Un naufragio de hoy en día – Claros en el bosque

Barco atracado

Disfruté mucho leyendo un reportaje de Florence Aubenas, “Quai de la galère”, en el ejemplar de Le Monde del jueves. Soy lector sin remedio de periódicos y, como todos los de mi hermandad, estoy preocupado, no por la crisis publicitaria que viven, sino por el hastío que provoca la naturaleza clónica y previsible de sus contenidos y la escritura chata, y aburrida, tan común en los  textos periodísticos contemporáneos, a menudo también plagados de errores, muletillas y eufemismos bienpensantes.

No es el caso de este ejemplar reportaje, en el que su autora -una periodista de raza, sin duda- cautiva al lector desde la elección de la percha inicial hasta el melancólico final. No me resisto a citar algunos fragmentos, a glosarlo y a interpretarlo, a compartirlo con los amigos del blog. Florence Aubenas nos mete desde la primera línea en el comedor de oficales de un barco varado:

«El camarero entra ceremonioso en el comedor de oficiales y sirve un plato de lentejas con carne de cordero. Bajo el retrato de la familia real marroquí, un reloj marca el mediodía, la hora inexcusable de la comida a bordo del Bni N’Sar. Cerca de la piscina vacía, unos marineros enlustran un pontón, el oficial mecánico cacharrea con los motores, cada cual en su tarea, todos los cordajes en su sitio, como si no pasara nada.»

Noir

No soy un gran conocedor, ni siquiera un gran lector de novela negra o policiaca. Los que sí lo son me provocan cierta curiosidad morbosa, lo que me hace preguntarme a veces “¿qué me estoy perdiendo?”

En primer lugar, debo reconocer con humildad que me pierdo a menudo en las tramas investigativas complejas, del mismo modo que me he aturdido siempre con las adivinanzas. A pesar de mis dotes para la especulación filosófica o mi relación cordial con la poesía, debo reconocer que en gran medida tengo una “mente simple”…

En segundo lugar, sospecho que los creadores de estas historias, y sus lectores, tienen a su favor el prestigio de la lógica; me explico: uno de los resultados más valorados de las historias de investigaciones detectivescas es el de hacernos sentir inteligentes, como sus protagonistas y sus creadores. ¿Se me entenderá bien si llamo a esto “efecto contagio”?

Si es así ¿debo interpretar, en contrario, lo que me sucede? Es decir, que mi disgusto con este género literario proviene del hecho de que, tal como me pasaba con las adivinanzas, me hace sentir torpe?

O se trata de mi rechazo natural a los relatos en los que la maldad y la muerte son los protagonistas? Tengo que dar algunas vueltas más a esto…

En los oídos de las estrellas

En confusión me pusiera, Sabino, lo que habéis dicho, si ya no estuviera usado a hablar en los oídos de las estrellas, con las cuales comunico mis cuidados y mis ansias las más de las noches, y tengo para mí que son sordas.

Estas palabras pertenecen a De los nombres de Cristo, de Fray Luis de León, escrito en el “español radioactivo” (Lázaro Carreter) cuyo secreto murió con él . Es, desde hace tiempo, mi libro de cabecera y, más allá del tratado de cristología que, formalmente, es, y más acá de la obsesión cristiana (a decir verdad, muy cansina) por dividir la historia del mundo en dos mitades, la de los anuncios y precursores de Cristo y la de la salvación posterior a él. A pesar de las trampas y forzamientos a que se ve obligado (y de las que él mismo parece ser consciente en algunos momentos) de los que abusa continuamente para acarrear pruebas e interpretaciones de esos nombres que son el hilo conductor del libro; a pesar de ello, decía, la sensualidad y música de su prosa son de tal naturaleza que leo sus palabras en un estado hipnótico, como en ese diálogo sordo con las estrellas que soñó tantas veces, motivo de la cita que daba pie a esta nota…

Ficción y realidad en la fotografía

A veces me pregunto por qué en algunas fotografías las personas parecen personajes de película aunque sean seres reales y anónimos. O al revés. Creo que se debe al punto de vista del fotógrafo. Si el fotógrafo mira desde nuestro lado, desde el lado de la gente corriente, la sensación de realidad domina la imagen: no hay actores, no hay poses. Esto es lo que (casi) siempre ocurre con las fotos de mi amigo @Indiefotog.

Por el contrario, con las fotos, por ejemplo, de Nan Goldin (una gran fotógrafa y activista), me ocurre que sólo veo ficción, no realidad, a pesar de que ella sólo fotografiaba a amigos o gente de la calle y de su intención de testimonio y denuncia. Aún no sé por qué me ocurre esto: ¿es, tal vez, la pretensión de “hacer arte” lo que distorsiona la mirada del artista y la del observador?

Madres, hijas (hijos)

Es realmente abrumador, y aburrido, el volumen de ficciones -literarias y cinematográficas- que tienen como eje las relaciones entre padres e hijos. Y no solo me refiero a los universos imaginarios, sino también al ensayo psicoanalítico, a las interpretaciones simbólicas, a las interacciones criminales: parricidios, filicidios, luchas y traiciones en cuyo origen están las herencias…

El hijo es siempre el patrimonio del padre, su espejo oscuro, el súbdito del apellido, el clan o el escudo. La oportunidad neurótica de corregir los errores propios en el niño, literalmente su segunda oportunidad, convierten esa relación neurótica en una fuente interminable de conflictos y tristezas, de dramas y vidas revocables o desperdiciadas frente a un modelo de imposible cumplimiento.

Por eso es tan refrescante encontrar una selección de relatos, realizada por Laura Freixas (Madres e hijas) que se ocupan del universo escondido, invisibilizado, de las madres y las hijas. Ese mundo en el que no hay herencias ni apellidos, ni espejos correctores, aunque sí, ¡quién puede evitarlo!, sufrimientos o desamor, abandonos y cuidados. Sobre todo cuidados: es la hija (o la sobrina, la prima, la nieta) la que acoge y mima, la depositaria de los recuerdos, la guardiana de la memoria.

Y la que lucha y defiende. Recuerdo, de mi trabajo como profesor y tutor, relatos familiares en los que una madre admirable, exprimiendo un tiempo escaso, trabajaba y protegía, y venía a hablar conmigo de su hija estudiante, con una sonrisa radiante que borraba las ojeras de su cansancio. La madre mágica, también, la que intuye los traspiés de la hija, sus soledades y alegrías.

Hay un hilo matrilineal, invisible casi siempre para el resto de la familia, que zurce la existencia de las mujeres y solo podemos adivinar si somos capaces de oír su lenguaje ancestral, los hombres, tan sordos. Un poco como aquella lengua críptica, solo transmitida de madres a hijas, que en China sirvió de soporte a las mujeres en su resistencia ante los abusos de los hombres, durante siglos. Ojalá que libros como el de la Freixas sean un síntoma de un desvelamiento que empieza, tan necesario, de los secretos de ese jardín cerrado…

Fuera de control

Por mucho que, civilizadamente, teoricemos sobre el amor y hasta nos atrevamos a dar consejos al respecto, el amor siempre está fuera de control como en la canción de Leonard Cohen, “Una pesada carga se levantó de mi alma: / aprendí que el amor estaba fuera de mi control”.  Enamórate tú también hoy, escapa del control…