El reino de la necesidad y la boca del león

La política se ha instalado, hace mucho tiempo si no siempre, en el reino de la necesidad y ha abdicado del de la libertad, que es el propio de la política. Lo dijo una vez Rajoy, en la presentación parlamentaria de una de sus múltiples tandas de recortes, «No disponemos de más ley ni más criterio que el que la necesidad nos impone»; renunciaba, en efecto, a la libertad de elección, decisión y acción que define a un gobernante. Si no es así, es que ejerce de forma delegada por parte de otros que no aparecen en la escena. Si ese otro u otros son los funcionarios de Bruselas, del BCE o del FMI, es evidente que las decisiones políticas que están afectando de tal manera nuestras vidas y la de las generaciones futuras las están tomando instituciones y funcionarios no elegidos por nadie, no sólo en España sino en toda Europa. Eso es, en pura teoría política, un golpe de estado «blando».

El reino de la necesidad lleva también al reino del secreto y de lo arcano. Hace también unos años denunciábamos en La Opinión de Málaga («Lo que sea necesario») el funesto abuso de la muletilla «haremos lo que sea necesario», que interpretábamos como una remisión al reino de la voluntad, de tal manera que hacer lo que sea necesario equivale a decir «hacer lo que me dé la real gana». Esto es así porque la necesidad se convierte a sí misma en el único argumento que, al no ser razonado ni demostrado, equivale a un argumento cero: es decir, el de la voluntad pura y dura, el que encontramos en «razonamientos» como los que siguen usando muchos padres, «esto es así porque lo digo yo», o algunos maestros: «niño, esto es así porque sí»…

En el fondo, es una manera de entender la política parecida, y no tan diferente como pudiera parecer en un principio, a la que practicaban los romanos. En la política romana no contaban ni la ideología ni el futuro: los actos del poder -republicano o imperial, en eso no había diferencias-, se remitían de forma vaga a épocas o gobernantes del pasado que se consideraban ejemplares, por una u otra razón, y a los que los contemporáneos imitaban de forma imprecisa. En todo caso, la política se limitaba a intentar cubrir el expediente inmediato: trigo, espectáculos y la manifestación continua de su voluntad de poder manifestado en el dominio militar efectivo de los territorios del imperio. No sé quién será el epónimo gobernante del pasado que sirve de modelo a los gobernantes de ahora, pero lo que está claro es que su labor política mira también al pasado y cuida del circo -recordemos sus tristes alusiones al patriotismo futbolístico y su empeño en asistir a los partidos en momentos políticos muy virulentos- y del trigo para el pan, dentro de un orden, naturalmente, que siempre ha habido pobres. Por lo demás, tampoco hay futuro y en eso es tan punk como el capitalismo actual.

Por terminar con los romanos, recordemos uno de los espectáculos simbólicos a los que eran tan aficionados. Se representó varias veces en la época de los emperadores de la dinastía flavia, y consistía en el admirable hecho de que un león (bastante modorro, suponemos) domesticado abría su enorme boca en la que una confiada liebre, contra todo pronóstico, se metía, habitando allí durante un buen rato, como en su casa. Tal espectáculo llamó la atención del cáustico poeta Marcial que interpretó la enseñanza escondida de tal espectáculo en unos ilustrativos epigramas: el león no cerrará la boca porque desprecia, en el fondo, a la liebre; ésta sabe que en cualquier momento, puede cerrar sus mandíbulas y destrozarla, pero sabe también que «no está más segura cuando corre por la arena desierta / ni siquiera en su jaula se esconde con tanta seguridad» y termina con este impar epigrama:

«Si quieres evitar los mordiscos de los perros, liebre,

maldita, ahí tienes la boca del león para refugiarte.»

El amigo lector sabrá, con toda certeza, interpetar la enseñanza de este viejo espectáculo alegórico a las insidiosas circunstancias políticas contemporáneas, tal como Marcial lo hizo para las de su tiempo.

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