Insolencia

Hay cierta insolencia en el tiempo,

en cómo nos trata, en sus aires de matón,

en la manera indiferente de negar

una y otra vez lo que una vez

tras otra le pedimos: que no corra

de esa forma tan brutal,

negando impasible

nuestro único y persistente

ruego: más demora en arrebatarnos,

siempre a destiempo, tan altanero,

la belleza, la juventud perdida

la alegría tardía..

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Sonidos, ruidos, silencio…

En las pequeñas ciudades andaluzas hay tres sonidos que, a distintas horas del día, se expanden por el aire e impregnan los sentidos: las campanas y los pájaros por las mañanas y al atardecer, y los niños a la salida de los colegios, con el mismo alboroto que los pájaros… Los tres se acompasan al ritmo de la vida, lo contrario de los ruidos de la construcción o el escape estridente de los motores, que remiten a la angustia de las pesadillas… Son las tres cosas que más echo de menos cuando voy a la capital o al campo.

Una amiga de la red social Mastodon me comentaba, a propósito de esto, que a ella la angustia se la provocaba el zumbido de fondo por las noches en las grandes ciudades industrializadas. Otro apuntó que ese zumbido mecánico le recordaba el trabajo en las minas de los morlocks, en la ficción de El señor de los anillos… Yo apostillé que a mí me provocaba insomnio.

En un cuentecito de Kafka que leí hace muchos años (y que no he vuelto a encontrar, por más que lo he buscado las veces en que me acordé de él), le sucedía al protagonista que sufría de un insomnio irrevocable, que sólo cedía al sueño reparador cuando viajaba en tren. Racionalizaba esta extraña cura como consecuencia de un equilibrio entre dos “ruidos”: el suyo interno, que producía el insomnio, y el sonido rítmico del traqueteo del tren. De alguna forma, los dos ruidos se neutralizaban en una nueva dimensión del silencio…

El caso más espectacular de la relación entre sueño (entendido a partir de ahora como paz o silencio superiores), sonidos y ruidos es el de un conocido, que, tras trabajar durante años en una atracción de feria, con toda la parafernalia de música a gran volumen y el acompañamiento habitual de todo tipo de estruendosas máquinas, me confesaba que no podía dormir si no era oyendo música a toda pastilla en sus auriculares.

Casos extraños que espero que sirvan al lector amigo a pensar sobre la importancia que tienen en nuestras vidas sonidos, ruidos, música y silencio. Una importancia que nunca se ha visto reflejada, que yo sepa, en ninguno de los innumerables proyectos, más o menos utópicos, de redención humana a través del cambio social…

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“Alternativa nostálgica y falsa”, de Laura Casielles

Lura Casielles es bastante conocida como periodista, pero menos por su inmenso talento para la poesía, como aquí se puede ver…

Sobre Laura Casielles:

Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid, máster en Estudios Árabes e Islámicos Contemporáneos por la Universidad Autónoma de Madrid, licenciada en Filosofía por la UNED y doctora por la Universidad Autónoma de Madrid con una tesis titulada El silencio y las voces. El rastro de la colonialidad española en las literaturas hispánicas de Marruecos y el Sáhara Occidental, que trata sobre la literatura en lengua española escrita por autoras y autores de origen marroquí y saharaui.

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Alternativa nostálgica y falsa

(A la manera de Perec)

La sensación de pertenencia es portátil

Juan Villoro

Hay por un lado personas
que tienen raíces.
Desde que empiezan a andar
algo desde su cuerpo se va anclando en la tierra,
se dicen “este sitio es mi sitio”
y allí,
sin dejar de avanzar hacia el centro del mundo,
eso que crece y bebe agua y come sal y se hace fuerte
y cada vez es más difícil de arrancar.
Se les reconoce por una especie compleja de calma,
un halo de no necesitar nada,
una casa sencilla,
todo el tiempo del mundo.
Si están fuera, lo llaman exilio.

Otra clase de gente es la que hace cimientos.
De pronto,
en algún momento más o menos avanzado de la vida,
un lugar les enreda las piernas
y ellos, al ver que las raíces no les crecen,
se lanzan a excavar con múltiples artilugios
un hoyo muy profundo.
Refuerzan sus paredes,
construyen sobre él con los mejores materiales
y saben que cuando entre las maderas y paredes subterráneas
se enlacen ya las yedras y los bichos
su hogar no se caerá.
Su señal en la frente
es un tenaz anhelo de ir ganando calor
(un trabajo incansable,
familia, amor, amigos,
las grandes obras,
una casa en la que siempre ocurra algo).
Si están fuera, se hacen llamar emigrantes.

Y luego están algunos
(ni más ni menos suerte que los otros)
que ni nacieron con brotes de raíces
ni llegaron a forjar convencimiento.
Ahí van, mírales
dando tumbos como quien baila.
Cada poco se paran a cavar
con las manos
un agujero, se llenan las uñas de tierra.
Se sientan en él y ya saben
que no es, tampoco,
el lugar donde quieren morir.
Que un niño, jugando, lo llenará de arena,
en cuanto se levanten.
Están fuera siempre,
donde quiera que estén.
Están siempre en casa donde quiera que estén.
Se les puede identificar por sus cambios de idea,
por su fervor volátil,
por todas sus fuerzas dedicadas
a heroicos empeños pasajeros.
Por un cargamento de fotos y de cartas.
Porque normalmente cuando quieres decirles algo,
ya no están,
pero, sin saber por qué,
no logras olvidarles.

Nada de esto se decide.
Nada de esto tiene mucha importancia.

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Enseñar en tiempos revueltos

ACTO ÚNICO
Escena Primera


(La acción transcurre en una clase de un instituto andaluz. Es «primavera tarda», por decirlo a la manera de Antonio Machado: tras los cristales se oye de tarde en tarde a un perezoso ruiseñor y ráfagas de aire frío entran de vez en cuando por las ventanas abiertas. Lejanos y como abducidos por las pantallas de los ordenadores, los alumnos realizan ejercicios de vocabulario y léxico. Los alumnos viven el fin de curso desde una perspectiva épica, como auténticos héroes. El Personaje, que ha terminado los ejercicios, ha conectado a una popular red social)

PERSONAJE 1. ¡Maestro, está conectado Luis Ignacio! ¡No tiene morro, falta a clase y se conecta desde su casa! ¿Le digo algo?

ANTIPERSONAJE(A efectos prácticos, lo puede representar un actor con gafas y aspecto algo despistado; recuerda el estereotipo del profesor de BUP): Sí… Dile que deje de hacer el tonto y se venga para el instituto, que se está jugando el curso…

(El Antipersonaje sigue atareado en el cuerpo a cuerpo habitual con estos alumnos, aclarando explicando, redundando, bromeando…)

ANTIPERSONAJE. ¿Queréis buscar vosotros los sinónimos y dejarme respirar? Para eso tanto ordenador…

PERSONAJE 2. ¡Maestro, pero si eres mejor que el google, y más rápido!

(El Antipersonaje sonríe entre sí y piensa que qué triste cosa sería su trabajo sin humor -¿y sin amor?-… Y de pronto se acuerda del alumno que ha hecho rabona y estaba en la red social)

ANTIPERSONAJE. Oye, Antonio, ¿sigue ahí Luis Ignacio?, ¿qué te ha contestado?

PERSONAJE 1. Dice que a él le da igual, que ya está harto de la escuela…

CORO.  ¡Yo no encuentro ningún derivado de «uno», maestro!

ANTIPERSONAJE. «Unidad», «uniforme»…

PERSONAJE 2. Desde luego qué torpe eres, quillo…

PERSONAJE 1. ¡Se acaba de conectar Juan Francisco, maestro! ¿Le digo algo?

(Juan Francisco también ha faltado ese día)

ANTIPERSONAJE. Dile que no me lo esperaba de él, de Luis Ignacio sí, pero no de él…

CORO. ¿Maestro, los antónimos qué eran, los contrarios?

PERSONAJE 2:. ¡Eres un inútil, quillo, preguntándolo todo! ¡Maestro, tengo que poner diez cosas que se pueden hacer con la mano, y sólo se me ocurren cinco; dime algunas más!

ANTIPERSONAJE(Con síntomas visibles de fatiga y un aire como de boxeador sonado: mira el reloj a hurtadillas) ¡Hacerse una macoca!

CORO. ¿Una qué? ¡Ojú. Maestro, tú te has tenido que leer unos pocos de diccionarios…

PERSONAJE 1.  Maestro, que Juan Francisco dice que es que ha tenido que ir al Juzgado y por eso no ha podido venir, que es de verdad!

Escena Segunda

(El aire benéfico que refrescaba el aula ha desaparecido en los minutos finales de la clase y el ambiente quieto de una canícula adelantada se instala, como una atmósfera pesada, metálica e hipnótica, en la clase.)

CORO. ¿Maestro, qué significa «estar al corriente»?

PERSONAJE 2. ¡Mira que eres pesado! ¿Maestro, y «llevarle la corriente a alguien»? (Bajando la voz en un aparte al Antipersonaje) ¿Qué es una macoca, maestro? Dímelo anda…

PERSONAJE 1. Maestro, ¿ayer faltaste, qué te pasó? (El Antipersonaje no tiene tiempo de responder) Pues ¿sabes que llegó un tío que no conocíamos de nada y se quería meter con nosotros en tu hora…? [Se refiere a un profesor de Guardia] Digo, eso quería… Y yo le dije: «yo me meto ahí dentro con mi profesor, pero con un desconocido, para nada». Y me fui, ¿qué se habría creído…?

(El Antipersonaje, que tomaba unas notas, oye, en una lejanía acorchada, el sonido estridente del timbre del final de la clase. Levanta la cabeza para recordar a los alumnos que mañana…)

ANTIPERSONAJE. ¡Acordaos de traer mañana el cuadernillo de…!

(Pero solo está frente a él el Personaje 1, que lo mira a los ojos de forma muy intencionada y con sonrisa compuesta y artificiosa, como de quien está en el ajo y no va a dejar escapar una buena oportunidad…)

PERSONAJE 1. Maestro, que ya se han ido todos. Es que son unos golfos, ¿verdad maestro…?

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Libertad, Igualdad, Fraternidad

José de Espronceda

En 1830 un José de Espronceda impregnado de ideas revolucionarias participó en las barricadas populares en las calles de Paris. Un episodio que no solo forzó la abdicación del último monarca de los borbones en Francia, sino que además supuso la eclosión de un resurgimiento republicano democrático con la tríada montañesa “Libertad, Igualdad, Fraternidad” como punta de lanza: una revigorizada expresión antitiránica, antiesclavista y anticolonial llamada a unir fraternalmente a todos los seres humanos en libertad. El joven poeta y escritor consignó con el siguiente texto el testimonio de ese fervor revolucionario que vio oportuno trasladar al contexto español. S.P.

Estas tres palabras evangélicas son el susto de los opresores de la tierra, el lema y esperanza de la humanidad. Las pronuncian los pueblos con entusiasmo, las repiten con alegría los libres vencedores, y alborozan en secreto el corazón de los oprimidos. Ellas son el símbolo de la alianza universal, la misión actual de la Europa moderna y el término a que por escabrosas sendas y al través de mares de sangre se atropellan las naciones en su marcha atrevida y azarosa. Pero al proclamarlas no siempre las entendieron las masas; y la libertad, que pudieron comprender apenas, comparándola con la servidumbre que acababan de sacudir, no era bastante a existir por sí sola, aisladamente considerada, ni a establecer nada fijo sin la clara inteligencia de las palabras igualdad fraternidad. Compendiado está en ellas el catecismo de la libertad moderna.

Limitábase antes del cristianismo la libertad a tal o cual país privilegiado que guardaba para sí únicamente aquella deidad preciosa ante cuyas aras sacrificaba, como un avaro esconde el tesoro que hace la pasión de su vida. Y proclamándola volaban sus adoradores a esclavizar las naciones, y los que libres se apellidaban, no eran sino los opresores de los débiles. Libertad entonces era casi sinónimo de independencialibre era sólo no ser esclavo. Pretendíase con empeño el derecho de ciudadano sin considerar al hombre como hombre, sino como habitante de un cierto pueblo. Si tenía la dicha de haber nacido en el, ejercía su derecho; si no, su condición había de ser la de esclavo forzosamente. Grecia y Roma cumplieron entonces su misión en la marcha progresiva de la humanidad, y cuando su religión y los principios establecidos llegaron al término en que el progreso intelectual había precisamente de adelantarse, el cristianismo alzó la voz, y gritó a los hombres: ¡Igualdad! ¡Fraternidad! Igualdad, sí, dijo el ungido del Señor, y la tierra se alborozo; ¡Fraternidad!, y los hombres en su júbilo se tendieron la mano amistosamente. Y en aquellos siglos se echó el eterno cimiento de la libertad, que algún día, cuando las gentes comprendan tan santas palabras, ha de brillar como el sol para todos, y hacer un solo pueblo de toda la humanidad. Pero los esclavos, aunque rompieron su cadena y borraron título tan ominoso, encorvaron el cuello bajo el collar de la servidumbre: el feudalismo alzó en Europa sus adustos castillos, y desdeñando el hombre la tierra que hollaba con sus pies, imaginó para su consuelo que sólo en otra mejor vida podía llegar a igualarse con su señor. La humanidad, no obstante, marchaba, aunque con lentitud, al alto objeto anunciado por el cristianismo, y el comercio y la guerra, juntando al oriente con el occidente, y trasportando los frutos de uno a otro distante país, emancipó al oprimido del yugo del opresor, y abrió anchos caminos por donde se comunicasen unos con otros forzándolos mutuamente a necesitarse. La libertad fue entonces la idea dominante que iluminó la mente del hombre, y los pueblos, saliendo de su estado normal, ejercieron su soberanía, y arrojándose como torrente devastador, abolieron los privilegios y empezó una nueva era de progresos y esperanzas. El siglo XVIII fue el de la destrucción, y los escritores que prodigó alzaron el grito de guerra contra los abusos y las tiranías, y el primero y principal pensamiento suyo fue el de allanar y derribar cuanto había establecido el despotismo que aborrecían. No podía ser otro, porque los obstáculos existían, y era forzoso derribar primero y edificar después, dejando este cuidado a las generaciones futuras. Una sociedad viciada y decrépita abandonó su puesto a otra sociedad indecisa y de transición, y, mezclándose a las nuevas reformas abusos antiguos, quedó un alcázar renovado en algunas partes y por otras carcomido y desmoronándose.

Tal es la sociedad del siglo presente, que en vano han dado en apellidar positivo, no siendo sino un siglo de transición, sociedad compuesta de restos de la antigua y pedazos de la naciente; sociedad semejante a los mixtos que la siguen, apuntalados en las ficciones del crédito y partícipes a un tiempo mismo de privilegios y libertades. Pero la humanidad dio un paso inmenso hacia su perfectibilidad, y ahora si levanta una mano de hierro para destruir, también tiende la otra para crear.

Los pueblos se hallan ya en el caso que los niños con sus maestros, que en pocas lecciones aprenden lo que costó a éstos largos años de estudio. El vapor, los caminos de hierro, son un presagio de unión para el porvenir; los usos y costumbres de las naciones civilizadas se extienden cada día y aclimatan en todas partes, y los hombres, cuya misión es guiar este movimiento universal de las gentes, han hecho en fin resonar con voz de trueno las santas palabras ¡Igualdad! ¡Fraternidad! En vano hombres nulos o pérfidos han tratado de ridiculizar estas palabras, o sus entendimientos no han alcanzado a entenderlas; en vano han preguntado con mofa si podía ser igual un héroe a un cobarde, un necio a un sabio. La igualdad significa que cada hombre tiene una misión que llenar según su organización intelectual y moral, y que no debe encontrar trabas que le detengan en su marcha, ni privilegio que delante de él pongan hombres que nada valieran sin ellos; significa, en fin, que todo sea igual para todos y que la facilidad o dificultad de su merecer esté en razón de la igualdad o desigualdad de las capacidades y no de los obstáculos, que antiguos abusos o errores perjudiciales establecieron.

En la igualdad consiste por último la emancipación de las clases productoras, hasta ahora miserables siervos de una aristocracia tan inútil como ilegítima. Ella es sola la fianza de la Libertad, así como la fraternidad es el símbolo de su fuerza. Formen una santa alianza entre los pueblos cultos, a la manera que sus enemigos, comprendiendo mejor sus intereses, se aprietan mutuamente las manos para ayudarse a oprimirlos. Sea su primer grito el de fraternidad para que el triunfo de la Libertad sea cierto. Sea la igualdad el pensamiento fuerte que impela en su marcha a la humanidad. ¡Pueblos! todos sois hermanos; sólo los opresores son extranjeros.

Fuente: José de Espronceda. “Política y filosofía: Libertad. Igualdad. Fraternidad” (1836). Robert Marrast, Ed. Espronceda: Articles et discours oubliés. Paris: Presses Universitaires de France, 1966.

(Recuperado de: https://www.ensayistas.org/curso3030/textos/ensayo/libertad.htm)

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Un “flâneur” sevillano (y una “flâneuse” chicagana)

“El flâneur” por Tom Waterhouse

El flâneur es el paseante solitario descendiente del que, a finales del siglo XIX recorría los pasajes de París. Es conocido, sobre todo, por la caracterización que hicieron de él Baudelaire y Benjamin. No importa tanto su testimonio literario como su novedosa forma de mirar la ciudad moderna y sus habitantes. Mucho antes de mi encuentro con la literatura, y de conocer la palabra, yo era uno de ellos, prácticamente desde que me atreví a andar solo por las calles de mi pueblo. La mirada literaria tardó en llegar y, como suele ocurrir, es menos interesante.

Cuando vivía en Sevilla, cuya vida transcurre en su mayor parte en las calles, llegué a llevar en el bolsillo un cuadernito de argollas al que puse el pomposo título de ”El paseador”. Afortunadamente lo perdí o destruí, no lo recuerdo… Solo creo que valía la pena la descripción emocionada de una escena sevillana muy común entonces, mucho antes del confinamiento: dos mujeres hablando entre sí desde los balcones de sus casas…

He descubierto recientemente una flâneuse de Chicago (chicagüense o chicagana) absolutamente fascinante: Vivian Maier, una fotógrafa callejera, genial y totalmente inédita hasta hace poco, gracias al empeño de John Maloof quien, con ayuda del azar, logró reconstruir los pocos pecios que tenemos de su biografía (apenas más que su trabajo, en realidad: cuidar niños, personas mayores y limpiar casas) y su gran pasión, pasear y hacer fotografías, unos miles de negativos geniales, rescatados y dados a conocer por Maloof. Pongo aquí un autorretrato suyo de 1953.

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El arte de Jean-Michel Basquiat

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La fragilidad de la memoria

Según Rosa Navarro Durán, “En la maleta que encuentra don Quijote en Sierra Morena y que registra Sancho hay «un librillo de memoria, ricamente guarnecido» —que luego sabremos que es del Roto o Cardenio—, donde están escritos versos y cartas. En él, aprovechando su papel en blanco, don Quijote escribirá la carta para Dulcinea y la libranza pollinesca para Sancho. Y hay también un librillo de memoria en otra maleta o valija, esta vez robada y no hallada: la del francés al que «desvalija» Cortado. Si a ambos unimos el que tiene Dorotea —la de Lope—, como le dice Gerarda a don Bela: «en oyendo un vocablo exquisito, le escribe en un librillo de memoria»”

Los librillos de memoria debieron ser de uso corriente, pues de hacer caso a la definición del Diccionario de Autoridades, era «El librito que se suele traer en la faltriquera, cuyas hojas están embetunadas y en blanco, y en él se incluye una pluma de metal, en cuya punta se ingiere un pedazo agudo de piedra lápiz, con la cual se anota en el librito todo aquello que no se quiere fiar a la fragilidad de la memoria».

Apostilla Rosa Navarro: “Quizás Cervantes gozaba de tan buena memoria como su don Quijote, al que le tapian la biblioteca y puede proseguir sus aventuras que imitan las de los libros de caballerías leídos; pero no sería raro que hubiera tenido, como Cardenio o como el francés desvalijado por Cortado, un librito de memoria, donde fuera anotando lo que le llamara la atención en sus muchas lecturas.”

Todo esto viene a cuento de una serie de coincidencias de lecturas que, de un modo u otro, tocan el tema de los cuadernos de notas, o agendas usadas como memorandos de apuntes o incluso diarios, que me han hecho pensar, movido por la curiosidad, en la importancia -muchas veces fetichista- de estos cuadernos donde, al decir del Diccionario “se anota todo aquello que no se quiere fiar a la fragilidad de la memoria”.


Jillian Hess es una profesora de la Universidad de New York que lleva dos décadas investigando “cientos de cuadernos de notas” y compartiendo los más interesantes con sus lectores. ¡Nunca hubiera sospechado que existiera un ámbito de estudio tan fértil centrado en algo tan humilde -y privado- como estos objetos cotidianos que en nuestros literarios siglos de oro se llamaban “librillos de memoria”!

I’m an English professor at the City University of New York (CUNY) and the author of How Romantics and Victorians Organized Information: Commonplace Books, Scrapbooks, and Albums(Oxford University Press, 2022). I’ve spent the past two decades studying hundreds of notebooks, and I’m excited to share the most interesting, inspiring, and unique notes with you.

De los cuadernos compartidos por Jillian Hess, me llaman la atención especialmente los que mezclan texto e imágenes (visual books) y, sobremanera, los de Sylvia Plath, “brillante escritora y talentosa artista visual”. Según la investigadora neoyorquina:

Plath no sólo llenaba sus diarios de bocetos, sino que creaba elaborados álbumes de recortes para documentar su vida. Pintó llamativas obras de arte abstracto. Expresó sus opiniones políticas en un collage con el rostro de Eisenhower en el centro. Estaba obsesionada con el color rojo.

Diary entry for June 21-22, 1947
Diary entry for June 21-22, 1947

Los diarios, otro instrumento para combatir la fragilidad de la memoria, en efecto, para llevar en la faltriquera junto al lápiz con que poder atrapar el momento fugitivo, el recuerdo que huye, la intuición luminosa, el desmayado proyecto apenas planificado…


El último libro de John Banville (sentimos un pudoroso rechazo a llamarlo novela) lleva como título “La alquimia del tiempo” y como subtítulo “un memoir dublinés” Memoir es un término de ambigua traducción al español. El The American Heritage® Dictionary of the English Language da varias acepciones, pero todas giran en torno a estas dos.

noun

  1. An account of the personal experiences of an author.
  2. An autobiography

Pero creo que el caleidoscopio de recuerdos de Dublín que se encadenan y mezclan en este memoir, junto a reflexiones inquietantes sobre la naturaleza de la realidad y la memoria, se entienden sobre todo en el titulo del capítulo introductorio, que responde al nombre de About time, una expresión que, además de “A propósito del tiempo”, tiene el significado de “ya iba siendo hora”.

No hay mejor manera de empezar un librillo de memorias que con esta conminación a no dejar pasar más tiempo sin anotar lo que debemos recordar o intentar hacer antes de que el viento del olvido lo barra y borre todo…

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