Confundir el hambre con la metafísica

La pregunta ¿quién? no es, en un sentido primario, una pregunta metafísica que obtendría una respuesta sobre la esencia, del tipo es un hombre. Tampoco ¿qué?, pese a la costumbre lingüistica de que nos ha impregnado la cultura de la Ilustración. En primer término, plantean la desorientación espacial que resuelven los deícticos de la lengua. Si yo pregunto ¿quiénes son esos que tienen cara de hambrientos?, la respuesta no debería aludir al fantasmal mundo de las esencias o categorías universales del tipo son unos emigrantes o son unos pobres o unos mendigos, tal vez. No, sino como debe responderse, con señaladores de la lengua que para eso están: son esos que viven en el segundo a los que he visto comprar con vales de Cáritas en la tienda de al lado. Del mismo modo que si nos preguntaran ¿qué hacen, qué les pasa?, nunca habría que dar por respuesta cosas como son víctimas de la injusticia o padecen discriminación por el color de su piel, sino más bien: tienen hambre porque solo comen pan y agua desde hace meses, pero son orgullosos y no piden, y se avergüenzan de su propia necesidad

Socorro RojoPor eso a mí me parece una buena noticia la que proporcionaba la revista La Marea el pasado día 21, cuyo arranque rezaba así: «La Red de Solidaridad Popular (RSP), creada hace seis meses con el objetivo de respaldar y organizar a las víctimas de la crisis, cuenta ya con 15 proyectos activos en España. La idea está inspirada, entre otros, en el Socorro Rojo Internacional, que lanzó la Internacional Comunista en 1922 para forjar una Cruz Roja internacional no vinculada a organizaciones o confesiones religiosas.»; porque, en efecto, no hay que dejar en manos de las organizaciones confesionales, ni de oenegés más o menos eficaces, más o menos apoyadas -en sustitución de sus propias obligaciones- por los poderes instituidos, y vaciadas, más o menos de discurso ideológico o político. Y no hay que dejarlo en esas manos porque, al hacerlo, dejamos también el apoyo mutuo a merced de la apropiación religiosa o moral de grupos interesados en convertir sus actos de generosidad o ayuda en propaganda; algo así como medios para otros fines.

Esta misma Red de Solidaridad Popular ha conseguido ya, según leemos en la noticia citada, cosas tan importantes como obtener tierras para que varias familias de Camargo (Cantabria) y Paterna (Valencia) cultiven alimentos «Éstas (estas familias), no sólo generan despensas para cubrir su dieta básica, sino que también promueven una economía social con los excedentes, a través de las cestas solidarias que venden para apoyar la red.» Una manera de hacer las cosas que podríamos poner en paralelo con aquel de llevar a cabo la revolución al mismo tiempo que la guerra, de los viejos anarquistas españoles. Además, nos ayudaría a disputar el monopolio del apoyo y la solidaridad, no sólo a las (eficaces) organizaciones católicas como Cáritas, sino sobre todo, a los grupos de extrema derecha que, a imitación del Amanecer Dorado en Grecia, se han puesto también manos a la obra en Madrid y Valencia, haciendo propaganda mediante la acción: el racismo con que discriminan a unos pobres de otros, mezclando así en la misma cesta nacional los alimentos junto a la prédica.pan2

El rancio debate entre caridad y justicia, en el que la idea de justicia funciona a veces como una justificación moral, como un fetiche ideológico que nos ayuda a escapar del prurito de conciencia provocado por la empatía directa del hambre y sufrimiento de los otros, es un falso (en el sentido de «sin verdad» y en el de “hipócrita”) debate. De esa falsedad nos ayuda a hacernos una idea la misma incomodidad que provocan todas las palabras que, vagamente, lo nombran: solidaridad (pero por qué no fraternidad o sororidad?), apoyo, ayuda mutuas (¿porque remiten al mundo masón o al falansterio?), caridad (¿porque impelen a lo religioso?, pero ¿por qué no dar de comer al hambriento, como un categórico kantiano, arrebatándoselo al Evangelio?), activismo… La incomodidad la produce la fuerza primaria del señalador lingüístico, su carácter inexcusable, verdadero, no manipulable, el que nunca nos confunde con la pregunta filosófica, ni moral, ni política: ¿quién tiene hambre, quién tiene ese mareo propio de la falta de comida, a quién le zurren las tripas? Este, el pequeñito y tristón; esa, antaño tan alegre y pizpireta; aquel bebé, que llora y llora sin consuelo…