Vidas paralelas (los sucios secretos del capitalismo)

El capitalismo envuelve sus secretos en el oropel de las mercancías y en su alianza de siglos, aparentemente pacífica y natural, con las libertades individuales consagradas por las democracias y los derechos humanos; particularmente la libertad ficticia de vender la fuerza de trabajo, el tiempo y, con él, la vida toda como único modo de subsistencia. Karl Marx nos desveló en El Capital, con la ayuda del concepto de fetichismo, el primer gran secreto: el trabajo social acumulado -junto al cansancio, el sufrimiento, la explotación y, a las veces, la semiesclavitud de los obreros que los hicieron- en los productos tentadores y deslumbrantes que pueblan los escaparates y las estanterías de tiendas y supermercados, los cubículos de camiones, trenes y barcos y su trajín constante y sin sentido.

Hay otros secretos más sucios aún, más profundos y antiguos, más escondidos, que, a pesar de que están supuestos en su lección sobre la acumulación primitiva, de la que hablamos enseguida, Marx mismo no indagó; por falta de tiempo o porque las fuertes condiciones que impuso a su razonamiento, o la misma atmósfera intelectual en que realizó su ingente trabajo, se lo impidieron. En efecto, la depredación ancestral de la naturaleza, que alcanza en nuestro tiempo tintas trágicas, aunque avisada en el Libro III, cuando estudia la renta de la tierra y menciona la extenuación a que es llevada por la agricultura industrial, queda al margen de su ambicioso examen, o se vuelve transparente en su visión idealizada del trabajo humano. El silencio es todavía más notable en lo que se refiere a la enajenación de las mujeres y a su papel subalterno, pero imprescindible, en el proceso de reproducción capitalista. De esos negros secretos, que tanto han contribuido al daño y desgracia de nuestras vidas, escribiremos aún algo en otra ocasión.

Con su teoría del valor, Marx dejó al descubierto para siempre que las plusvalías que dieron origen al capital, y que lo aumentan sin cesar en sus rotaciones infinitas, en un proceso de acumulación que no conoce término ni medida, proceden del tiempo de trabajo no pagado. Pero el pensador alemán reveló también un secreto más sucio aún: el de su origen, en la crisis final del feudalismo, en lo que llamó la acumulación originaria, un largo proceso a distintas velocidades que, según él, terminó a finales del siglo XVIII y que se caracterizó por su extrema violencia. Este pecado original comenzaría por la expropiación masiva de tierras comunales y la consecuente transformación de las masas de campesinos desposeídos de sus medios de vida, obligados a malvender su fuerza de trabajo, en la misma tierra o en las ciudades, en las que, por su lado, estaban siendo desmanteladas las viejas y protectoras organizaciones gremiales. Sucesivas y continuas represiones con la cobertura legal del poder político, que consagró la explotación del trabajador libre, terminaron por naturalizar el nuevo paradigma, borrando las huellas de la violencia extrema de sus orígenes en los nuevos cercos constitucionales, legitimados por las teorías del contrato social y el respeto formal de los derechos del hombre.

Marx pensó que esta había sido la prehistoria del capitalismo. Aunque reconoció la reproducción parcial de este proceso en las expropiaciones de tierras, el esclavismo de los imperios coloniales y en las redes del comercio internacional, permaneció fiel al optimismo histórico que le llevaba a considerar como definitiva la superación de las etapas históricas. La tesis de esta entrada es mostrar su error, dejando sentado que la violencia de estos procesos de expropiación de bienes comunes, el aumento de la tasa de explotación de la fuerza de trabajo mediante los métodos originarios (aumento de la jornada, multiplicación del ejército laboral de reserva y empeoramiento de las condiciones de vida de los trabajadores) es intrínseca al capitalismo, forma parte de su naturaleza. Lo hacemos con el apoyo teórico de Rosa Luxemburgo y David Harvey y el testimonio y análisis de periodistas contemporáneos como Laura Villadiego, una excelente reportera freelance que tiene el secreto de lo que William Lyon llama “la escritura transparente” y cuyas crónicas y análisis leo con fruición desde hace tiempo. En ese sentido, emulamos al mismo Marx, impenitente lector de periódicos -articulista él mismo- y de los informes humanitarios escritos por los inspectores de trabajo de la Inglaterra victoriana, que citó tantas veces como argumentos de autoridad.

Es la cosa, en cuanto a la justificación teórica de cuanto decimos aquí, que Rosa Luxemburgo, en su desacomplejada lectura de las ideas de Marx sobre la acumulación capitalista1, escribía que dicha acumulación tiene dos aspectos diferentes:

De un lado, tiene lugar en los sitios de producción de la plusvalía (en la fábrica, en la mina, en el fundo agrícola y en el mercado de mercancías). Considerada así, la acumulación es un proceso puramente económico, cuya fase más importante se realiza entre los capitalistas y los trabajadores asalariados, pero que en ambas partes, en la fábrica como en el mercado, se mueve exclusivamente dentro de los límites del cambio de mercancías, del cambio de equivalencias. Paz, propiedad e igualdad reinan aquí como formas, y era menester la dialéctica afilada de un análisis científico para descubrir, cómo en la acumulación el derecho de propiedad se convierte en apropiación de propiedad ajena, el cambio de mercancías en explotación, la igualdad en dominio de clases.

El otro aspecto de la acumulación del capital se realiza entre el capital y las formas de producción no capitalistas. Este proceso se desarrolla en la escena mundial. Aquí reinan, como métodos, la política colonial, el sistema de empréstitos internacionales, la política de intereses privados, la guerra. Aparecen aquí, sin disimulo, la violencia, el engaño, la opresión, la rapiña.

¿No parece estar hablando, también, de la globalización neoliberal cuya ondas sísmicas padecemos? El británico David Harvey ha revitalizado esta idea de Rosa Luxemburgo, que ha hecho popular con la expresión acumulación por desposesión con la que ha pretendido adaptar el proceso a nuestro momento histórico. Desposesión de bienes comunes -tierra, agua, energía- tanto como de derechos sociales des-nacionalizados como la sanidad o la educación.


* * *

La intención de estos textos citados a continuación, que no tienen ningún afán exhaustivo, quiere ser solo la de presentar mínimas historias o retales de vidas anónimas, ya del siglo XIX ya del XXI, puestas en contraste ante el lector, a modo de ejemplos pedagógicos, como las vidas paralelas de famosos tan del gusto lector de los antiguos, Sólo que ¡ay! estas vidas ejemplares que aquí rescatamos no lo son sino en su reverso o negativo: el de la pobreza, el agotamiento y la humillación.

Expropiación de la tierra

Marx, Karl, El Capital, Libro I, cap. XXIV «La llamada acumulación originaria»2

En todos los países de Europa la producción feudal se caracteriza por la división de la tierra entre el mayor número posible de campesinos tributarios. El poder del señor feudal, como el de todo soberano, no se fundaba en la longitud de su registro de rentas, sino en el número de sus súbditos, y éste dependía de la cantidad de campesinos que trabajaban para sí mismos. Por eso, aunque después de la conquista normanda se dividió el suelo inglés en gigantescas baronías, una sola de las cuales incluía a menudo 900 de los viejos señoríos anglosajones, estaba tachonado de pequeñas fincas campesinas, interrumpidas sólo aquí y allá por las grandes haciendas señoriales. Tales condiciones, sumadas al auge coetáneo de las ciudades, característico del siglo XV, permitieron esa riqueza popular tan elocuentemente descrita por el canciller Fortescue en su Laudibus legum Angliæ, pero excluían la riqueza capitalista.


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El preludio del trastocamiento que echó las bases del modo de producción capitalista se produjo en el último tercio del siglo XV y los primeros decenios del siglo XVI. Una masa de proletarios libres como el aire fue arrojada al mercado de trabajo por la disolución de las mesnadas feudales que, como observó correctamente sir James Steuart, “en todas partes colmaban inútilmente casas y castillos”. Aunque el poder real él mismo un producto del desarrollo burgués en su deseo de acceder a la soberanía absoluta aceleró violentamente la disolución de esas mesnadas, no constituyó, ni mucho menos, la única causa de ésta. Por el contrario, el gran señor feudal, tenazmente opuesto a la realeza y al parlamento, creó un proletariado muchísimo mayor al expulsar violentamente a los campesinos de la tierra, sobre la que tenían los mismos títulos jurídicos feudales que él mismo, y al usurparles las tierras comunales. En Inglaterra, el impulso directo para estas acciones lo dio particularmente el florecimiento de la manufactura lanera flamenca y el consiguiente aumento en los precios de la lana. Las grandes guerras feudales habían aniquilado a la vieja nobleza feudal; la nueva era hija de su época, y para ella el dinero era el poder de todos los poderes. Su consigna, pues, rezaba: transformar la tierra de labor en pasturas de ovejas. En su Description of England. Prefixed to Holinshed’s Chronicles, Harrison describe cómo la expropiación del pequeño campesino significa la ruina de la campaña. “What care our great incroachers?” (¿Qué les importa eso a nuestros grandes usurpadores?). Violentamente se arrasaron las viviendas de los campesinos y las cottages de los obreros, o se las dejó libradas a los estragos del tiempo. “Si se compulsan”, dice Harrison, “los más viejos inventarios de cada finca señorial, […] se encontrará que han desaparecido innumerables casas y pequeñas fincas campesinas […], que el país sostiene a mucha menos gente […], que numerosas ciudades están en ruinas, aunque prosperan unas pocas nuevas… Algo podría contar de las ciudades y villorrios destruidos para convertirlos en pasturas para ovejas, y en los que únicamente se alzan las casas de los señores.” Los lamentos de esas viejas crónicas son invariablemente exagerados, pero reflejan con exactitud la impresión que produjo en los hombres de esa época la revolución operada en las condiciones de producción. Un cotejo entre las obras del canciller Fortescue y las de Tomás Moro muestra de manera patente el abismo que se abre entre el siglo XV y el XVI. La clase trabajadora inglesa, como con acierto afirma Thornton, se precipitó directamente, sin transición alguna, de la edad de oro a la de hierro.

Expropiaciones forzosas: ¿un nuevo crimen contra la humanidad? (Laura Villadiego, esglobal, 30/10/2014)

Durante las últimas décadas, las condenas por crímenes contra la humanidad se han aplicado fundamentalmente a asesinatos en masa, violaciones, tortura o esclavitud. Pero una nueva demanda presentada ante la Corte Penal Internacional (CPI) el pasado 7 de agosto podría ampliar este concepto a un tipo de crimen que ha estado en auge durante los últimos años: la expropiación masiva de tierras.

Global Diligence, un bufete de abogados con sede en Londres, ha sido el artífice de esta petición en la que insta a la fiscalía de la CPI a abrir una investigación sobre las expropiaciones en Camboya, un país en el que, según la demanda, 770.000 personas (un 6% de la población del país) han perdido sus tierras durante los últimos 14 años en concesiones realizadas por el Gobierno a empresas de medio mundo. La demanda podría suponer un precedente jurídico para otros casos de expropiaciones de tierras en el mundo, un fenómeno del que aún hay pocos datos concretos pero que FAO describe como un «fenómeno global» que ha emergido recientemente. Los expertos se preguntan ahora, sin embargo, si el caso cumple los requisitos legales para que la fiscalía abra una investigación, algo que ya supondría un importante precedente en la legislación internacional aunque no se llegara a iniciar un juicio.

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La demanda de Global Diligence detalla los cargos que se pueden imputar a la que llama la «elite en el poder» de Camboya, que incluye miembros del Gobierno, de las Fuerzas Armadas y grandes empresarios. Según la demanda, esta elite ha incurrido en traslados forzosos, asesinatos, arrestos ilegales, persecución y otros actos inhumanos con el único objetivo de «autoenriquecerse y mantenerse en el poder a cualquier coste». Todos ellos se incluyen dentro de la definición que el Estatuto de Roma, carta fundacional de la CPI, establece para los crímenes contra la humanidad, aunque nunca se han aplicado a desplazamientos forzosos producidos fuera de un contexto de guerra. «En un momento en el que las violaciones de los derechos humanos relacionadas con la tierra han alcanzado niveles escandalosos, esta comunicación da a la CPI […] la rara oportunidad de confirmar el papel de la ley internacional para proteger a las poblaciones de los desplazamientos masivos forzosos durante tiempos de paz», aseguró a la prensa Richard J Rogers, el abogado de Global Diligence que representa a las víctimas.

El carácter masivo y violento que han tenido las expropiaciones en Camboya será, probablemente, uno de los argumentos con más peso para la fiscalía a la hora de aceptar el caso. «Las expropiaciones de tierra son un problema crónico y masivo en Camboya. Es una de las violaciones de los derechos humanos más graves en el país y el registro ha empeorado durante los últimos años», asegura Chak Sopheap, directora del Centro Camboyano por los derechos humanos, quien destaca que la represión de activistas se ha endurecido desde principios de año. La demanda pone como ejemplo de los excesos del Gobierno camboyano el desahucio de Dey Krahorm, uno de los más violentos que se recuerdan. Una madrugada de 2009, los bulldozers entraron sin previo aviso en esta comunidad del centro de la capital Phnom Penh, echaron a sus residentes sin permitirles coger sus escasas pertenencias y arrasaron sus casas. El desahucio tuvo lugar cuando las negociaciones sobre las compensaciones que debían recibir los afincados aún no habían sido cerradas.«El problema es que [en Camboya] no hay una ley clara sobre cómo deben ser los desahucios. Pero lo que está claro es que los traslados no están siguiendo los estándares internacionales y no están asegurando unos mínimos para la gente desalojada», asegura Kim Rattana, director adjunto de Caritas Camboya.

Según la demanda, «todos los elementos legales de un crimen contra la humanidad están satisfechos». Sin embargo, satisfacer los requerimientos del Estatuto de Roma supondrá limitaciones y obstáculos a la demanda. Así, sólo las expropiaciones realizadas a partir de 2002, año de fundación de la Corte Penal Internacional y en el que comienza su jurisdicción, podrán ser investigadas. Por otra parte, la Corte sólo puede juzgar a personas concretas, no a Estados, y para ello necesita que los acusados sean detenidos y extraditados a La Haya. Algo a lo que probablemente se opondrá Camboya, a pesar de ser un país firmante del Estatuto de Roma, texto fundacional de la CPI, y estar, por tanto, sometido a su jurisdicción.

Uno de los mayores obstáculos será probar que las expropiaciones forman parte de «un ataque generalizado o sistemático contra una población civil y con conocimiento de dicho ataque», tal y como estipula el Estatuto de Roma. «Probablemente el Gobierno dirá que tiene el derecho a organizar el suelo si es en el interés público y si hay compensaciones adecuadas. Pero el problema es que casi nunca es por interés público y casi nunca hay compensaciones», asegura Scott Leckie, director de Displacement Solutions, una ONG que trabaja con víctimas de los desplazamientos forzosos.

La jornada laboral y las condiciones laborales

Karl Marx, El Capital, Libro I, cap. VIII, «La jornada laboral»3

En las últimas semanas de junio de 1863 todos los diarios de Londres publicaron una noticia con el título “Sensational”: “Death From Simple Overwork” (muerte por simple exceso de trabajo). Se trataba de la muerte de la modista Mary Anne Walkley, de 20 años, empleada en un taller de modas proveedor de la corte, respetabilísimo, explotado por una dama con el dulce nombre de Elisa. Se descubría nuevamente la vieja historia, tantas veces contada: estas muchachas trabajaban, término medio, 16 1/2 horas, pero durante la temporada a menudo tenían que hacer 30 horas ininterrumpidas, movilizándose su “fuerza de trabajo” desfalleciente con el aporte ocasional de jerez, oporto o café. Y la temporada, precisamente, estaba en su apogeo. Había que terminar en un abrir y cerrar de ojos, por arte de encantamiento, los espléndidos vestidos que ostentarían las nobles ladies en el baile en homenaje de la recién importada princesa de Gales. Mary Anne Walkley había trabajado 26 1/2 horas sin interrupción, junto a otras 60 muchachas, de a 30 en una pieza que apenas contendría 1/3 de las necesarias pulgadas cúbicas de aire; de noche, dormían de a dos por cama en uno de los cuchitriles sofocantes donde se había improvisado, con diversos tabiques de tablas, un dormitorio 68 l m. Y éste era uno de los [307] mejores talleres de modas de Londres. Mary Anne Walkley cayó enferma el viernes y murió el domingo, sin concluir, para asombro de la señora Elisa, el último aderezo. El médico, señor Keys, tardíamente llamado al lecho de agonía, testimonió escuetamente ante la “coroner’s jury” [comisión forense]: “Mary Anne Walkley murió a causa de largas horas de trabajo en un taller donde la gente esta hacinada y en un dormitorio pequeñísimo y mal ventilado”. A fin de darle al facultativo una lección de buenos modales, la “coroner’s jury” dictaminó, por el contrario: “La fallecida murió de apoplejía, pero hay motivos para temer que su muerte haya sido acelerada por el trabajo excesivo en un taller demasiado lleno”. “Nuestros esclavos blancos” exclamó el Morning Star, el órgano de los librecambistas Cobden y Bright, “nuestros esclavos blancos, arrojados a la tumba a fuerza de trabajo, […] languidecen y mueren en silencio”.

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“Trabajar hasta la muerte es la orden del día, no sólo en los talleres de las modistas, sino en otros mil lugares, en todo sitio donde el negocio marche… Tomemos como ejemplo al herrero de grueso. Si hemos de prestar crédito a los poetas, no hay hombre más vigoroso, más alegre [308] que el herrero. Se levanta temprano y saca chispas al sol; come y bebe y duerme como nadie. Si trabaja con moderación, en efecto, ocupa una de las mejores posiciones humanas, físicamente hablando. Pero nosotros lo seguimos en la ciudad y vemos el peso del trabajo que recae en este hombre fuerte, y qué posición ocupa en la tasa de mortalidad de este país. En Marylebone (uno de los mayores barrios de Londres) los herreros mueren a razón de 31 por mil, anualmente, o sea 11 por encima de la mortalidad media de los varones adultos en Inglaterra. La ocupación, un arte casi instintivo de la humanidad, inobjetable como ramo de la industria humana, es convertida por el simple exceso de trabajo en aniquiladora del hombre. Éste puede asestar tantos martillazos diarios, caminar tantos pasos, respirar tantas veces, producir tanto trabajo y vivir término medio 50 años, pongamos por caso. Se lo obliga a dar tantos golpes más, a dar tantos pasos más, a respirar tantas veces más durante el día y, sumando todo esto, a incrementar su gasto vital en una cuarta parte. Hace el intento, y el resultado es que, produciendo durante un período limitado una cuarta parte más de trabajo, muere a los 37 años de edad en vez de a los 50”. (…)

El capital no pregunta por la duración de la vida de la fuerza de trabajo. Lo que le interesa es únicamente qué máximo de fuerza de trabajo se puede movilizar en una jornada laboral. Alcanza este objetivo reduciendo la duración de la fuerza de trabajo, así como un agricultor codicioso obtiene del suelo un rendimiento acrecentado aniquilando su fertilidad.

En Camboya: Desmayos, abusos y muertes: así se fabrica la ropa en Camboya (Laura Villadiego, El Diario, 17/9/2004)

La situación de trabajadores como Hok Pov o Ly Tola ha vuelto recientemente al punto de mira de la opinión pública internacional después de que la bloguera Anniken Jørgensen decidiera denunciar estas prácticas y centrar sus críticas en el gigante textil H&M. La multinacional sueca ha sido acusada en numerosas ocasiones por permitir que sus proveedores despidan a trabajadores sin pagarles, protagonicen desmayos masivos o, simplemente, por imponer salarios extremadamente bajos a sus empleados. Después de la denuncia de Jørgensen, H&M se justificó asegurando que están haciendo “un extensivo trabajo para por ejemplo conseguir sueldos justos, promoviendo los derechos de los trabajadores, así como lugares de trabajo saludables y seguros”. Sin embargo, para Tola Moeun, «Wal Mart [el gigante de la distribución estadounidense] es la marca más irresponsable. Otras como Inditex tienen prácticas similares aunque toman algunas acciones cuando reciben quejas».

El textil es uno de los principales sectores industriales de Camboya y supone aproximadamente el 84% de las exportaciones del país, según datos de la Organización Internacional del Trabajo. Da además trabajo a aproximadamente 475.000 personas que cosen en más de 550 fábricas registradas ante las autoridades. La cifra aumenta, sin embargo, si se incluye el número indeterminado de talleres clandestinos que opera en el país asistiendo a esas fábricas durante los picos de trabajo y que no son sometidos a ningún tipo de control.

Sin embargo, las violaciones de los derechos laborales son frecuentes en ambos tipos de centros de producción. Hok Pov lo sabe bien. Durante los últimos diez años ha trabajado para varias fábricas registradas en las que ha soportado jornadas interminables, insultos de sus capataces y pagos irregulares. «Lo peor de todo es no tener la certeza de cuánto te va a durar el trabajo», asegura la camboyana.

La legislación camboyana establece una jornada laboral de ocho horas, seis días a la semana, con un máximo de 2 horas extraordinarias por día. El total nunca debe sobrepasar las 60 horas semanales. No obstante, los sindicatos denuncian que a menudo los trabajadores hacen hasta 80 horas semanales, especialmente durante los periodos de mayor consumo en los países desarrollados, como las semanas previas a Navidades. Gracias a estas horas extraordinarias, los trabajadores pueden incrementar su salario base de 78 euros mensuales hasta los 124, una cantidad que los sindicatos consideran que debería ser el mínimo para una jornada de 48 horas semanales. «Yo los llamo los incentivos de la muerte, porque los trabajadores necesitan tanto el dinero que trabajan hasta la extenuación», dice Tola Moeun, responsable del Departamento Laboral de la ONG Centro para la Educación Legal de la Comunidad ( CLEC en sus siglas en inglés).

Este exceso de trabajo, junto a la pobre alimentación y las altas temperaturas que se alcanzan en las fábricas, ha provocado repetidos desmayos masivos en los talleres. El último de ellos se registró a mediados del mes de agosto, cuando más de 100 trabajadores de 6 fábricas diferentes situadas en el mismo complejo industrial se desvanecieron. Better Factories, un programa de la OIT lanzado en 2001 para mejorar las condiciones laborales en los centros textiles de Camboya, intentó atajar la situación en 2011 proporcionando comida gratis a los trabajadores.

Sin embargo, en lo que va de año, al menos 1.000 personas se han desmayado, casi 200 más que durante el mismo periodo de 2013, según datos del Ministerio de Trabajo recogidos por el periódico Cambodia Daily. «Los desmayos masivos son muy mediáticos, pero hay desvanecimientos todos los días, de al menos 2 o 3 trabajadores», explica Tola Moeun.

Las fábricas camboyanas también han sido denunciadas por el continuo uso de menores en las líneas de producción. Ly Tola comenzó a trabajar en una fábrica textil hace casi un lustro, cuando tenía tan sólo 14 años. La ley camboyana prohíbe a los menores de 18 años trabajar, pero Ly presentó la identificación de su hermana mayor para conseguir el puesto. Nadie comprobó, sin embargo, que la hermana trabajaba desde hacía algunos meses en la misma fábrica. Ambas siguen ahora cosiendo juntas y viven en una pequeña vivienda cercana donde duermen con otras seis personas en la misma habitación. «Mandamos la mayor parte del dinero a nuestros padres, así que no nos queda mucho para nuestros gastos», dice Ly Tola, que procede de una aldea a dos horas de la capital.

En Madrid: La plantilla de McDonalds denuncia condiciones laborales de «semiesclavitud» (La Mancha Obrera, 2/12/2014)

Éstas aparecen reflejadas en las propuestas para el nuevo convenio colectivo para la provincia de Madrid que la empresa puso en conocimiento de los representantes de los trabajadores hace algunas semanas y que incluyen turnos partidos con cinco horas entre turnos, la reducción de la jornada mínima a 2 horas, la desaparición de los descansos en turnos de menos de seis horas o la reducción de los derechos maternales y paternales.

«Esto implica que la gente tiene que emplear en desplazamiento mucho más tiempo que en el propio tiempo de trabajo», explica Raúl Rivas, trabajador del McDonalds de la calle Montera, que define las medidas que quiere negociar la empresa como«condiciones laborales de semiesclavitud»

En China: La BBC publica un documento en vídeo sobre Apple: explotación infantil y trabajadores exhaustos (Blog Yo me tiro al monte, 20/12/2014)

Enlace al documental de la BBC: Apple accused of failing to protect workers BBC Documentary 2014 China Undercover

El equipo también filmó en secreto a empleados de la fábrica en China y descubrió que Apple de forma rutinaria violaba los derechos de los trabajadores. El reportero vio cómo los obreros tenían que trabajar 18 horas al día sin descanso, muchos de ellos fueron grabados dormidos en sus puestos.
Asimismo, la BBC afirma que la fábrica ha falsificado documentos para que todos los trabajadores de la fábrica en China trabajen también por las noches. El documental revela, además, que los obreros viven de hasta 12 personas en una habitación, mientras que según las reglas, sólo pueden vivir 8 personas juntas. También se detalla que los jefes agravian a los empleados, y que los trabajadores están demasiado cansados y se duermen en sus puestos.

El trabajo infantil

F. Engels, dejaba este estremecedor testimonio sobre el trabajo de los niños en las minas de carbón y hierro4

En las minas de carbón y de hierro, que son explotadas casi del mismo modo, trabajan chicos de cuatro, cinco y siete años. Pero la mayor parte tienen más de ocho años. Se los utiliza para transportar el material en pedazos, del lugar donde es cortado a la calle, donde están los caballos, o bien al pozo principal, y también para abrir las puertas que separan los diversos compartimientos de la mina, para dejar libre paso a los obreros y al material y volver a cerrarlas. Para la vigilancia de estas puertas se emplean generalmente muchachos, los que de este modo, solos en la oscuridad, deben permanecer diariamente 12 horas, en un pasaje estrecho y húmedo, sin tener tanto trabajo como sería necesario, para evitarles la monotonía de no hacer nada, que idiotiza y embrutece…

En el documental de BBC citado más arriba, según la reseña que tomábamos como fuente:

En Indonesia los niños sacan estaño de pozos de barro, donde los deslizamientos de tierra pueden cobrar sus vidas. El documental de la BBC mostró cadáveres de mineros que trabajaban para Apple en Indonesia. Mientras extraían estaño de profundos pozos, muchos perecieron por deslizamientos de tierra. Según el informe, muchos niños trabajan allí con sus padres.

Y así podríamos seguir este titirimundi5 (o “tutti gli mundi” como suena en italiano, lengua de donde procede) recorriendo escenas en un cosmorama de lugares y siglos, de esta historia universal de la infamia que es, ni más ni menos, el genocidio de las clases trabajadoras. Alguna vez, si por fin logramos zafarnos de la férula del capitalismo y de su imprinting mental en cada uno de nosotros, se estudiarán las largas y terribles consecuencias -ya seguramente genéticas- que tan prolongado e intenso sometimiento al hambre, al cansancio, la mala alimentación, el mal sueño, el sufrimiento, la monotonía o la resignada desesperación ante el abuso de los ricos y poderosos han provocado en la evolución humana. Ojalá estuviéramos allí y entonces para contarlo.



  1. Luxenburg, Rosa, La acumulación de capital, Edicions Internacionals Sedov, cap. XXXI, p. 224
    URL: http://grupgerminal.org/?q=system/files/LA+ACUMULACI%C3%93N+DEL+CAPITAL.pdf 
  2. Marx, Karl, El Capital, Libro I, cap. XXIV «La llamada acumulación originaria»
    URL: http://pendientedemigracion.ucm.es/info/bas/es/marx-eng/capital1/24.htm 
  3. Karl Marx, El Capital, Libro I, cap. VIII, «La jornada laboral».
    URL: http://pendientedemigracion.ucm.es/info/bas/es/marx-eng/capital1/8.htm 
  4. Engels, F., La situación de la clase obrera en Inglaterra, Buenos Aires, ed. Diáspora, 1974. 
  5. “Titirimundi”: Cajón que contenía un cosmorama portátil o una colección de figuras de movimiento, y se llevaba por las calles para diversión de la gente.
    Entretenida entrada sobre la trama léxica de esta palabra en
    URL: http://palabraria.blogspot.com.es/2011/11/titirimundi.html?escaped_fragment#! 

La propiedad de la tierra y la Ley de la Gravedad

La propiedad de la tierra es una idea paradójica que oscila entre el símbolo y la mercancía, pero en los dos casos tiene un carácter monstruoso. Si la entendemos como signo o emblema de poder, insignia de clan y herencia, entra en la categoría del significante-amo, tal como entiende la psiquiatra feminista Luce Irigaray el símbolo fálico: es decir, cosa de hombres, patrimonio, en tanto el matrimonio es lo propio de las mujeres, hija, esposa, madre. Este significante-amo de la propiedad está santificado en todas las constituciones como un principio sagrado que lleva al filósofo Antonio Negri a hablar de los estados, genéricamente, como la República de la Propiedad. No hay otro principio que haya provocado más crímenes, guerras, alzamientos y rebeliones que este, sin que haya sido nunca abolido, repensado o refundido de forma duradera hasta el presente: es la verdadera alma del capital y sus mercados.

En cuanto a su carácter imposible de mercancía -insólita pues es soporte de todas las demás- Marx lo explicaba integrando la tierra en su relación dialéctica con el movimiento perpetuo del capital donde queda sujeta, junto a todas las demás mercancías, a la noria infernal del valor, el valor de uso, el valor de cambio y la circulación universal del dinero. Así, en los manuscritos de 1844* 1 del pensador alemán, aquí más joven e impetuoso, leemos:

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Es necesario que sea superada esta apariencia, que la territorial, raíz de la propiedad privada, sea arrebatada al movimiento de ésta y convertida en mercancía, que la dominación del propietario, desprovista de todo matiz político, aparezca como dominación pura de la propiedad privada, del capital, desprovista de todo tinte político; que la relación entre propietario y obrero sea reducida a la relación económica de explotador y explotado, que cese toda relación personal del propietario en su propiedad y la misma se reduzca a la riqueza simplemente material, de cosas; que en lugar del matrimonio de honor con la tierra se celebre con ella el matrimonio de conveniencia, y que la tierra, como el hombre, descienda a valor de tráfico. Es necesario que aquello que es la raíz de la propiedad territorial, el sucio egoísmo, aparezca también en su cínica figura. Es necesario que el monopolio reposado se cambie en el monopolio movido e intranquilo, en competencia; que se cambie el inactivo disfrute del sudor y de la sangre ajenos en el ajetreado comercio de ellos. Es necesario, por último, que en esta competencia la propiedad de la tierra, bajo la figura del capital, muestre su dominación tanto sobre la clase obrera como sobre los propietarios mismos, en cuanto que las leyes del movimiento del capital los arruinan o los elevan. Con esto, en lugar del aforismo medieval nulle terre sans seigneur aparece otro refrán: l’argent n’a pas de Maître, en el que se expresa la dominación total de la materia muerta sobre los hombres.

El paso de fetiche de poder (nulle terre sans seigneur) de la tierra acotada al de mercancía (l’argent n’a pas de Maître) queda reflejado en las maneras de medirla a través del tiempo. Así, durante siglos (en algunas partes de Europa hasta la misma Revolución Francesa) las superficies agrarias se medían fundamentalmente de dos maneras: por tiempo de trabajo humano y por la cantidad de granos sembrados. Según cuenta Witold Kula 2 en su hermoso y entretenido libro sobre las medidas y los hombres:

(…) desde España hasta Rusia, comprobamos la existencia del sistema de medir la tierra por la cantidad de trabajo humano. Las pequeñas diferencias geográficas o cronológicas (campo de cereales o viñedos, arado de bueyes o de caballos, etc.) tienen importancia secundaria. Lo importante es la identidad de la actitud mental, de la relación del hombre con la tierra. La elección de este principio de medición señala cuál de las numerosas propiedades de la tierra era más importante para el hombre: en este caso la más importante era la cantidad de trabajo que debía dedicarse a la tierra para que esta diera frutos.

Este sistema de medición tuvo una duración poco común en muchas partes de Europa. Aún en los albores de la Revolución Francesa, en uno de los Cahiers de doléances 3 de la región de Bourges, encontramos la siguiente definición: “el arpent no se mide en varas o pies, sino en journées, es decir, es decir, en los campos que pueden ser arados por un hombre en el transcurso de un día; según las costumbres locales, un arpent de tierra es igual a 16 journées“.

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La sustitución universal de estas maneras de medir por el sistema métrico preparaba, con su pretensión de progreso y razón enarbolada por la Revolución Francesa, en realidad, un cambio de actitud mental en la relación del hombre con la tierra que mencionaba Kula. Medir la superficie con los días que tardaba un hombre en ararla era atender a las dificultades del relieve, a la calidad de la tierra, a su apelmazamiento y considerar, por tanto, que dos propiedades consideradas iguales si las medimos en hectáreas, no lo son -como nos dice el sentido común- calculadas en tiempo de trabajo. Además había un presentimiento en esa manera secular de medir, de que, como aprendimos de Marx, es el trabajo (socialmente necesario) el que otorga su valor a las mercancías.

Una de las consecuencias desdichadas del sistema métrico aplicado a la medición de superficies agrarias la tenemos en las ayudas de la UE a los terratenientes, lo que se conoce como PAC, regalías económicas cuyo cálculo se basa solo en el número de hectáreas que posee el latifundista. A este propósito, la ilustrada revista La Marea se hacía eco este mes de julio pasado de un informe elaborado por los sindicatos andaluces SOC y SAT, bajo el llamativo título de 80 familias acaparan 100 millones de euros de la PAC en Andalucía de que:

Las 80 familias (entre ellas sólo algunas empresas) que acumulan más tierras cultivables en Andalucía percibieron en 2013 casi 100 millones de euros en concepto de ayudas europeas directas de la Política Agraria Común (PAC), sólo por ser propietarias (a los que hay que sumar otras ayudas de la PAC, a las que muchas de ellas pueden optar)

El grupo de ayudas directas de la PAC al que se acogen estos propietarios se destina a bonificar a los propietarios de tierras cultivables sin exigir a los terratenientes contrapartidas ni de producción ni de generación de empleo.

Los efectos de este sistema de ayudas en Andalucía se evidencian en el hecho de que 70 de los 80 propietarios que más cobran son familias. La familia Mora-Figueroa, fundadora de Rendelsur, la compañía embotelladora y distribuidora de Coca-Cola en Andalucía, encabeza el ranking de cobro de estas ayudas, con más de 6 millones de euros en 2013. De esos 70 apellidos familiares, al menos 13 ostentan títulos nobiliarios. Le corresponde a la Duquesa de Alba el primer puesto entre la aristocracia, y el quinto del ranking general en este apartado de las ayudas.

Al menos tres de los siete andaluces que figuran en la relación de personas más ricas de España en la última edición de la revista Forbes ocupan los primeros puestos del ranking de percepción de ayudas de la PAC: la Duquesa de Alba, Ramón Mora Figueroa, y Nicolás Osuna (de Inmobiliaria Osuna).

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La PAC es la mayor política de ayudas de la UE. Absorbe el 40% de todo el presupuesto de la Unión.

Las ayudas permiten a muchos propietarios optar por mantener las tierras sin cultivar, lo que supone dejar sin trabajo a muchos jornaleros, ya que esos 80 propietarios concentran en sus manos la propiedad de casi un cuarto de millón de hectáreas, una gran parte de la superficie cultivable de Andalucía. La única contrapartida que la UE pide a estos propietarios es la observancia de ciertas compensaciones medioambientales, que en la práctica se traducen en mantener limpios de matorrales los campos para evitar incendios.

Ese dinero contante y sonante que reciben los terratenientes se calcula, decíamos, por hectáreas, todas iguales: cultivadas o no, dando trabajo o sin darlo, con inversiones de mejora y sin ellas… La UE ha subvencionado -y condenado- de siempre productos agrícolas, por intereses relacionados con el intercambio comercial mundial -no por ningún afán altruista de mantener vivo el medio campesino- como ha hecho durante décadas con la remolacha azucarera. Pero no es el caso, no explica este estipendio que yo solo puedo entender como un sustituto político contemporáneo de la vieja renta que -de nuevo Marx- el terrateniente recibía por la cesión de sus tierras al aparcero y al capital, su participación en el valor que estas generaban.

Las propiedad privada de la tierra siempre ha sido necesaria para el movimiento constante del capital. Porque es el soporte de la vida que depreda: alimentos, agua, metales, energía… La especulación con los precios de los alimentos, en esos siniestros mercados de futuros (Adrián Calvo, en su blog, explica muy bien qué son y cómo funcionan) es la cínica compostura de su financiarización. Sería posible pensar también, dadas las inversiones millonarias en tierras que se están realizando hace tiempo en África o América, por parte de multinacionales -de motu proprio o en representación de sus gobiernos- , que las dádivas de euros por hectáreas en la catalexia europea no sean sino otra manera de asegurar las grandes propiedades que ya existen, mediante esta renta atípica, en previsión de hambrunas futuras o de una venidera sed de agua universal…

Sea como sea, el significante-amo de la propiedad de la tierra forma parte ya de nuestro imprinting mental, como sus herencias o repartos, y resulta muy difícil ya imaginar otro estado de cosas, salvo que reparemos, desde nuestra distancia, en las comunidades indígenas que, a lo largo y ancho del continente americano, resisten y luchan por mantener la explotación común del campo y las aguas. El mismo Marx, en sus prácticamente desconocidas notas en el Cuaderno Kovalevsky 4 ( al decir de García Linera: “La obra de Kovalevsky está dividida en tres partes. La primera trata acerca de la propiedad en las culturas de caza y pesca en el nuevo mundo, y sobre las formas de control de la tierra de los españoles en las partes conquistadas de América.”), trató de una manera novedosa la distinción entre propiedad y posesión de la tierra:

En los Cuadernos Kovalevsky, esta distinción se hace más tajante, por cuanto Marx da cuenta de la imposibilidad de aplicar el mismo concepto de “propiedad” usado en Europa, para estudiar sociedades en donde la tierra no puede ser alienada (vendida). Cambiando sistemáticamente los títulos de Kovalevsky en los que se habla de “propiedad” por “posesión”, Marx prefería hablar de la comunidad como “dueña” de las tierras, y de los individuos trabajadores como “poseedores” de ella.

Esto que parece una disquisición teórica tan lejana, se incorpora, sin embargo, a las rebeliones campesinas andaluzas de finales del siglo XIX y comienzos del XX que tuvieron, como se sabe, una impronta anarquista tan poderosa. Díaz del Moral, el notario cordobés autor de una ejemplar historia de esas luchas campesinas 5, usa los dos conceptos cuando discute la vieja aspiración al reparto de tierras, considerándolo falsamente libertario. Lo volvemos a encontrar en las actas de consitución del sindicato CNT, en el que los ponentes usan cuidadosamente siempre “poseer” y “posesión”…

Termino con una proclama emocionante (distópica y ucrónica, tal vez, en esta Europa que presencia indiferente le final del campesinado) de unas Memorias del V Congreso Nacional de Agricultores (Zaragoza, 22 de mayo de 1917) que reclama la tierra por donde menos esperaríamos: ¡por la Ley de la Gravedad!

El propietario, que pretextando su exclusivo derecho, priva del uso de la tierra a sus semejantes que, tanto como él o más que él, la necesitan para cultivarla, comete, además de un despojo, una barbaridad inconcebible, porque se opone a la Ley de la Gravedad que nos atrae de una forma irresistible hacia la corteza terrestre, y de la cual ya no podrá nunca separarnos por muchos pretendidos derechos que invoque; ¡que no está al alcance de su estúpida pretensión el variar el curso de la naturaleza!


  1. Marx, Karl, Manuscritos económicos y filosóficos de 1844, URL: http://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/manuscritos/man1.htm#1-3 [man1] 
  2. Kula, Witold, Las medidas y los hombres, Madrid, 1980 (primera reimpresión, 2012), Siglo XXI de España Editores . 
  3. Los cuadernos de quejas (en francés: Cahiers de doléances ) fueron unos memoriales o registros que las asambleas de cada circunscripción francesa encargada de elegir a los diputados en los Estados Generales rellenaban con peticiones y quejas. Aunque eran usados desde el Siglo XIV los más famosos son los de 1789, por su importancia en la Revolución Francesa. 
  4. García Linera, Álvaro, Introducción al Cuaderno Kovalevsky de Karl Marx, La Paz, Ofensiva Roja, 1989.
    Extracto en URL: http://es.scribd.com/doc/72278664/1-1-Introduccion-Al-Cuaderno-Kovalevsky [1-1-Introduccion-Al-Cuaderno-Kovalevsky] (Álvaro García Linera, vicepresidente del gobierno boliviano, es el único -hasta donde se me alcanza, que ha leído este cuaderno de anotaciones de Marx y que ha publicado en español la única glosa interpretativa de lo que hay en él) 
  5. Díaz del moral, Juan, Historia de las agitaciones campesinas andaluzas, Madrid, 1979, Alianza Editorial (concluido en 1923, publicado en 1928)