Bruce Davidson: Subway. New York City, USA. 1980 (Magnum Photos)

“I wanted to transform the subway from its dark, degrading, and impersonal reality into images that open up our experience again to the color, sensuality, and vitality of the individual souls that ride it each day”

Bruce Davidson
USA. New York City. 1980. Subway.
USA. New York City. 1980. Subway.
USA. New York City. 1980. Subway.
USA. New York City. 1980. Subway.

La fotografía como herramienta de emancipación proletaria

Traduje hace cuatro años esta interesante entrada del blog de Vingtras, en Mediapart en la que, a raíz de su investigación sobre la correspondencia privada entre miembros de la Comuna de París, el autor descubre la importancia de la fotografía en la naciente conciencia de las clases trabajadoras, pues el viejo privilegio de ser protagonistas y propietarios de las imágenes artísticas se democratiza con el nuevo invento…

La inesperada e impresionante irrupción, hace dos siglos, de un proceso de grabación, representación y conocimiento, de un nuevo medio, marca un hito cultural importante”, escribió Monique Sicard, investigadora del Instituto de Textos y Manuscritos Modernos del CNRS/ENS.  Y añade: “Fue el verdadero punto de partida, si no de una nueva civilización, al menos de nuevas perspectivas sobre nuestro entorno humano, natural, cultural y técnico.

Esto es exactamente lo que pude observar al revisar sistemáticamente toda la correspondencia privada de la Comuna a lo largo de mi trabajo heurístico sobre “Los 72 Inmortales “.  Y este análisis de la intrusión de imágenes personales en la vida cotidiana de las clases trabajadoras de París en 1871, transformó mi punto de vista de que cambió hacia una mejor comprensión del problema revolucionario que es tanto actuar porque sabemos como saber por qué actuamos.

En efecto, mientras que los retratos pintados o dibujados eran hasta entonces un privilegio reservado a las familias reales, a los aristócratas o a los burgueses ricos, por primera vez en la historia de la humanidad, un nuevo medio permitía a otros acceder a su imagen, a su representación.

Así, la clase obrera, los artesanos, los empleados y los sirvientes tuvieron ahora la oportunidad de inmortalizar la imagen del antepasado, la esposa, el niño o incluso las celebraciones familiares o los encuentros amistosos en el barrio sobre fotografías que estaban modestamente enmarcadas y que adornaban la parte superior de las chimeneas o las paredes de la sala de estar: ¡existían!

La gente ya no era sólo una palabra que se podía leer en un cartel o folleto, sino que se había convertido en una imagen.  El trabajador anónimo se convirtió en alguien.

Esta conciencia colectiva aparece en muchas cartas, algunas de las cuales fueron llevadas en estos globos que escaparon de la ciudad sitiada para dar noticias en las provincias.

En contraste con las malas tradiciones individualistas, la fotografía ha desempeñado paradójicamente el papel de catalizador del deseo colectivo.

De ahí el nacimiento de un (tímido) tropismo libertario.

Sabía leer el cielo

He terminado de releer Sabía leer el cielo, un libro que combina textos de Timothy O’Grady con fotografías de  Steve Pyke, fotógrafo de The New Yorker. Es un libro que me ha parecido precioso del que, gracias a la editorial Pepitas de calabaza, tenemos ya una digna traducción al castellano, a pesar de que el original se publicó en 1997. Era ya conocido y estimado, según me entero ahora, y hay una película inspirada en él, I Could Read The Sky así como una canción de de Mark Knopfler, Mighty Man. Una y otra las enlazo al final de la entrada.

Los textos de O’Grady evocan, con una fuerza lírica tremenda, los recuerdos de su protagonista individual, un irlandés que encuentra un sentido para su vida en las canciones que sabe tocar con su acordeón (27 canciones, según leemos en uno de los fragmentos que transcribo a continuación) y en el amor total que siente por una mujer, Maggie, descrita siempre de forma elusiva, con sinestesias que la identifican con los elementos de la naturaleza: el viento, el mar, la tierra…

Hay otro personaje, colectivo, que se nos va presentando bajo diversos nombres, apariencias e historias, en representación de los campesinos irlandeses que, a comienzos del siglo pasado, emigraron a Inglaterra a trabajar en la construcción de túneles y carreteras o casas, en el trabajo agrícola -de un campo ya industrializado- o ganadero. Cambian tanto de trabajos como de nombres y la realidad húmeda y sucia de los cuartos oscuros donde duermen o de las tabernas donde se emborrachan o cantan, se compensa con los recuerdos rurales de su infancia perdida en Irlanda. Como dice el protagonista narrador en este fragmento, cuando era joven no tenía ni futuro ni pasado…

Cuando era joven no tenía ni futuro ni pasado. Después trabajé. Pavimenté carreteras, rompí cemento, excavé bajo viviendas y retiré barro. Conté paladas, conté patatas y conté ladrillos. Fue el tiempo en el que tuve un pasado. Era pesado como los bloques que lastran una barca. Sin pasado me habría hundido. Creía que tenía futuro también, pero no podía verlo. Estaba en las cosas que levantaba y acarreaba y en lo que me daban por hacerlo. Era un futuro que parpadeaba y se oscurecía cuando intentaba mirarlo.

Bajo los epígrafes “lo que sabía hacer” y “lo que no sabía hacer”, que cito ahora, podemos leer una declaración de principios sobre un saber, el saber obrero de antes de la división social del trabajo -a través de la especialización que estos campesinos aún no conocen- nos vuelve indefensos, torpes e ignorantes para vivir. Un saber total. Un saber que es un hacer, pues los trabajadores siempre han sido los hacedores del mundo…

Lo que sabía hacer:

Sabía remendar redes. Techar con paja. Construir escaleras. Tejer una cesta con juncos. Entablillar la pata de una vaca. Cortar turba. Levantar un muro. Pelear tres asaltos con Joe en el ring que papá instaló en el granero. Sabía bailar. Leer el cielo. Armar un tonel para caballas, Arreglar caminos. Construir un bote. Rellenar una silla de montar. Colocar una rueda en un carro. Cerrar un trato. Preparar un campo. Manejar la volteadora, la rastra y la trilladora. Sabía leer el mar. Disparar con puntería. Coser zapatos. Esquilar ovejas. Recordar poemas. Sembrar patatas. Arar y gradar. Leer el viento. Criar abejas. Liar gavillas. Fabricar un ataúd. Aguantar la bebida. Asustar con historias. Sabía qué canción cantarle a una vaca mientras la ordeñaba. Tocar veintisiete canciones en el acordeón.

Lo que no sabía hacer:

Tomar comidas sin patatas. Confiar en los bancos. Llevar reloj. Invitar a pasear a una mujer. Trabajar en desagües o con objetos más pequeños que un clavo. Conducir un coche. Comer tomates. Recordar las rutas de los autobuses. Sentirme cómodo con el cuello de la camisa. Ganar a las cartas. Reconocer a la reina. Soportar las voces altas. Observar el protocolo de los saludos y las despedidas. Ahorrar dinero. Disfrutar del trabajo en una fábrica. Tomar café. Mirar una herida. Seguir el críquet. Entender la forma de hablar de un hombre del oeste de Kerry. Llevar zapatos o botas de goma. Imponerme a PJ en una discusión. Hablar con hombres que llevan cuello de camisa. Flotar en el agua. Enfrentarme al dentista. Matar un domingo. Dejar de recordar.

El libro acaba con esta última cosa que no sabía hacer: dejar de recordar… Vale la pena leerlo, en tiempos como estos en que el desprecio hacia los campesinos y obreros de ciudades, y más aún si son emigrantes como estos irlandeses, por parte de los poderosos y las clases ociosas, ha cobrado estos tonos tan hirientes y humillantes que todos conocemos… Seguramente porque ya nadie sabe leer el cielo o el mar y se ha clausurado el mundo como un enigma que tiene la apariencia engañosa y banal de un escaparate luminoso.

I COULD READ THE SKY

Cuerpos rotos

Los trabajos desempeñados tradicionalmente por mujeres acarrean para ellas una serie de consecuencias físicas y psicológicas derivadas de la brecha de género. Estas enfermedades laborales aún no están reconocidas.

Cuerpos rotos

Bonitas, y elegiacas, fotografías sacadas de este reportaje de la revista digital El Salto: Paqui, aparadora; María, jornalera; Rita, mariscadora.